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Brandford Marsalis: “Desafío a la rutina”



Siempre se ha dicho que el jazz permite crear algo a partir de la nada. Improvisación mediante, su vitalidad se nutre de los estilos y la idiosincrasia de sus intérpretes, de la pasión de sus ejecutantes. Lo que no significa que no tenga tradición. O que los músicos deban “reconstruir” para construir, Una interpretación errónea, y muy conveniente, alimentada por los mismos músicos, que sugiere “destruir el pasado”. Así cualquier propuesta será “original” sencillamente por ser nueva. Y estudiar música tradicional, evitable. Pero cuanto menos se aprende, menores las opciones para el intérprete. Hace falta equilibrio entre disciplina y orden, y espontaneidad y creatividad. Porque, aunque la sesión de jazz o “ jam session” sea el estereotipo del proceso creativo, de todas las plataformas musicales es la menos apta para generar algo nuevo. Tiene filiación democrática, aporta flexibilidad, pero no es realmente innovadora. Porque la innovación tiene sus exigencias: tremenda experiencia, capacidad de anticipación y reflexión. Demasiado para cualquiera.
Para mí, la esencia de la creatividad y la innovación está en cruzar fronteras, en vagar entre mundos diferentes. Mi capacidad musical evolucionó con mi perspectiva del mundo. A veces me critican por ser inconsistente o errático. En realidad, soy muy curioso. Y no le tengo miedo al éxito, ni al fracaso, si los aprovecho para aprender. La vida es nuestra verdadera profesión, y en ella está la innovación. Por eso, ampliar los propios horizontes aumenta el potencial creativo.
El beso de la muerte
La búsqueda de la perfección es otro aspecto importante. Mi deseo de mejorar es constante. No me interesa acentuar lo que hago bien. Quiero desterrar lo que hago mal. Cuando uno se concentra sólo en lo que sabe hacer, empieza a declinar porque la rutina es enemiga del proceso creativo. Hay que romper el equilibrio. Tanto en la música como en los negocios. Y si cambiar significa ganar menos dinero, habrá que aceptarlo. Los incentivos financieros pueden ser el beso de la muerte para la creatividad. Contratan cientos de grupos por año, que en su mayoría desaparecen. Si contrataran sólo dos, en diez años, los veinte podrían ser exitosos. Pero prefieren la profecía autocumplida de un sistema que falla a la hora de adaptarse y aprender de la experiencia.
Ante la imposibilidad de modificar ese cuadro, decidí crear mi propio sello, para hacer música creativa, que atraiga a quienes aman las cosas creativas. No queremos generar tendencias, si no es en nuestros términos. En ese sentido, no sé cuál será mi próxima aventura como artista. Hace cinco años, cuando escuché por primera vez La ópera de los tres centavos de Kurt Weill, no podía imaginarla en tiempo de jazz. Ahora puedo “sentirla”. Avancé, cambié. No se puede “decretar” la innovación. Sí, prepararle el terreno.